domingo, 28 de abril de 2013

El raponero

Este, era un delincuente de poca monta, raponero que llaman en las barriadas, de esos que uno no quisiera encontrarse en la noche, de esos que huelen a pegamento y marihuana y te dejan impregnada hasta la médula cuando con su aliento vicioso te piden monedas para comer, cuando en realidad esperan que le des la oportunidad para quitarte el celular o la billetera.
Pero este tenía algo en particular, algo que lo hacía diferente a sus compinches, era muy seguro de sí mismo y se ufanaba de siempre conseguir lo que deseaba, atracar a quien quisiera y jamás haber sido siquiera llevado a la estación de policía. Había robado a no menos de 2000 personas, él decía orgulloso. Tampoco le temía a la muerte y las cicatrices en sus brazos y cara eran evidencia de que tampoco “le temblaba” pelearse con quien fuera.
Y todo cambió, el día que vio a aquella chica bonita. Se enamoro perdidamente llegando  olvidar que era un ladronzuelo. Quedó paralizado cuando la tuvo frente a frente, ella sonreía y no le mostraba un ápice de miedo. Eso lo confundía más, estaba acostumbrado a que la gente le temiera y ese día le rompieron los esquemas. La dejó irse prometiéndose que la buscaría de nuevo y que no se dejaría amedrentar por su belleza. A la próxima la iba a robar pasara lo que pasara.
Eso pensaba, pero en realidad estaba enamorado y solo quería verla. Y pasó que todos los días la veía pasar y ella le sonreía, que por que una chica bonita y de la alta sociedad le sonreía a un pillo de su calaña escapaba a todo su razonamiento. Muchos días pasaron y la situación se repetía, él la veía y ella sonreía. Llegó a pensar que ella también estaba enamorada de él y que de ser así corregiría su vida, se saldría de esa mala vida que llevaba.
Ya cansado de ocultar su amor muy decidido esperó a que ella pasara por el callejón donde  siempre se la encontraba. La vio, la enfrentó, ella sonreía ciertamente de manera macabra pero él no lo notaba. Tartamudeando le dijo que la amaba y que estaba dispuesto a cambiar su vida con tal de estar con ella. La chica le tomo de la mano y lo llevo a su casa. Atravesaron el jardín y al cruzar la puerta él  se puso muy nervioso, algo malo pasaba. La puerta se cerró tras de ellos. Ella se acercó y empezó a besarlo. El miedo cambiaba a pasión, sus ropas caían. El fino vestido que ella traía y los sucios trapos que él llevaba puestos quien sabe cuántos días.
Aún así él sentía que algo iba muy mal y cuando ese pensamiento pasaba por su mente se desmayó y cayó pesado al piso. Lo último que alcanzó a ver fue a la chica desnuda sonriente sosteniendo una pequeña jeringa, la fina aguja brillaba pero no más que la siniestra sonrisa que la joven dibujaba.
Despertó en una camilla amarrado de pies y manos. La chica sostenía un cuchillo que empezó a deslizar por sus rodillas, él no sentía dolor, solo pudo ver como apartaba la extremidad de su cuerpo y se bañaba lujuriosamente en su sangre. Luego le cortó la otra pierna, luego las manos. Él no se podía mover, no sentía dolor, pero estaba muy desesperado. La chica procedió entonces a arrancarle los brazos y lamia el cuchillo rebosante de su sangre. Al final le cortó  el cuello y desprendió su cabeza de su tronco. Mientras él moría pensaba lo que dice la gente: El amor mata.

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