sábado, 13 de julio de 2013

Muerte en el valle y la sonrisa en el yeso.

El Cadáver.
Cuando descubrimos el cadáver, nos sorprendió el hecho de que no presentaba el mas mínimo signo de descomposición, ni un hedor producto del amoniaco emergía de este cuerpo, que sabíamos llevaba poco más de dos meses colgando fríamente en ese inexpugnable valle y que nos tomo varias horas alcanzar, inclusive usando equipos profesionales de espeleología. Lo encontramos de espalda al sol, sus brazos erguidos señalaban el norte y el sur, en línea con la cordillera de tal manera que su rostro permanecía oculto en la leve penumbra. Una soga atada a su cuello lo mantenía suspendido en el aire. Para alguien que lo encontrara en primera instancia, desconocedor de las circunstancias, su primera idea es que sería una horrible broma, de muy mal gusto, pues la piel de su desnudo torso se conservaba prístina y juvenil, como si estuviera vivo.
El horror y la verdadera sorpresa surgieron cuando nos dispusimos a bajar el cuerpo y vimos su rostro. Su mirada expresaba el horror más profundo que cualquiera podría sentir, el cuerpo estaba carente de cualquier señal de vida, pero sus ojos estaban iluminados con ese brillo de vitalidad propio de los niños, pululantes de vigor. Contemplaban  algo distante, algo que no estaba cerca de nosotros o que ni siquiera se encontraba en este plano terrenal. No era vitalidad lo que había en sus ojos, era el brillo mismo del infierno. Estaba acaso condenado en vida? Había vendido su alma al diablo este desgraciado? Había sido parte de un horroroso ritual sacado de los viejos cuentos de brujas de este pueblo perdido en las montañas?
“Crucificado en el aire” fue el titular que los tabloides emplearon en sus primeras planas, con muchas fotos en distintos ángulos, dibujos recreando la escena, entrevistas hechas a estafadores de televisión y otros tantos magufos, obispos y pastores escandalizados por que esta era según ellos una clara señal del fin del mundo, del apocalipsis que venían soñando ridículamente durante dos mil años, mediums que creían saber la verdad, entrevistas a policías que afirmaban que había sido un suicidio.  Pero como podía ser un suicidio, si este pobre infeliz no estaba muerto, a mi juicio no estaba muerto, yo esperaba encontrar un cuerpo cubierto en podredumbre, destrozado por las aves, repleto de gusanos. Pero la gente de la región afirmaba que llevaba más de dos meses y que realmente es difícil llegar a ese valle, se puede ver desde el otro lado de la montaña esa pequeña explanada donde primero creyeron que era un espantapájaros, uno muy raro que apareció de un día para otro.
Yo llevaba laborando más de 20 años como forense, he perdido la cuenta de los cadáveres que he examinado, que he recuperado de lugares inverosímiles, de asesinatos enfermos, de horrorosos accidentes y nunca hasta ahora me había sentido tan turbado en mis pensamientos, con el frio calado en mis huesos. Todo muy normal hasta que vimos sus brillantes ojos. Esos ojos clavados en un cuerpo que estaba oscilando entre un límite que yo no podría decir si era la vida o la muerte. Estaba ahí oscilando como cuando lo encontramos colgado del cuello en ese alejado valle. En todo caso debía proceder con la autopsia, algo me decía que retrasara el procedimiento, cada que miraba al infeliz tendido en la camilla sentía como si me estuviera observando, una súplica silenciosa  para que no lo destajara vivo. Tal vez eran impresiones mías. El electrocardiograma no mostraba actividad pero el cuerpo no empezaba a descomponerse.
Lo mejor sería empezar por exámenes básicos, nada que atentara contra la integridad del cuerpo, cierto sentido de empatía por este me impedía empezar alguna incisión. Realizar los cortes que normalmente se hacen en una necropsia. Un examen de rutina, no sé porque le tomé el pulso si desde que lo había descolgado del árbol le había tomado el pulso unas 50 veces en todo el día. Permanecía frio, un rigor mortis indefinible. Pero, pero donde estaban sus dientes?? No había notado ese mórbido detalle. Todas sus piezas dentales faltaban, dientes, premolares, molares todo se había ido, habían sido arrancados con precisión, no quedaba un solo fragmento de sus piezas dentales. Esto solo lo pudo hacer alguien con mucha practica, alguien que sabe como extraer dientes, alguien que se tomo su tiempo. Pero con qué fin? La identificación por registro con las pruebas de ADN y de huellas dactilares. Pensé en que pudieron ser trofeos, piezas de colección para el asesino.

Obra de arte.
Antes que la odontología, de la cual ella era una “esplendida ejecutante“ como le gustaba referirse a sus trabajos “dignos de obras de arte” le apasionaba la escultura, tallar o moldear lo disfrutaba tanto como cuando restauraba una dentadura mal o finalizaba el tratamiento de ortodoncia a alguna adolescente caprichosa. Tenía en su casa una modesta colección de estatuas que había ido creando con el tiempo, eran su orgullo pero siempre sentía que le faltaba algo, aún cuando era una gran conocedora de la anatomía humana y que sus creaciones desbordaban de verdadero realismo no la llenaban tanto como cuando le hacía los implantes dentales a alguien que había perdido sus molares. Hacer una figura humana anatómicamente perfecta no tenía gracia si esta estaba como muerta.
Contemplo en silencio su última creación, una sonrisa muerta, dijo para sí misma, estas cosas están muertas por que no están sonriendo! Muy bonitas y todo pero sin sonrisa no hay vida! Un loco pensamiento corrió por su mente y presta tomo sus herramientas y comenzó a tallar sonrisas en las caras de mármol de sus compañeros. Luego de un par de horas de trabajo contemplo en silencio las nuevas sonrisas de esos entes pálidos que rozaban el límite entre lo vivo y lo muerto. No estaba contenta, para nada. Prefirió irse a dormir ya que le esperaba un largo día en el consultorio, algo se le ocurriría para darles vida a sus amigos.
Como buena artista estaba medio loca, algo fuera de sus cabales. Eso si su fama de perfeccionista a la hora de trabajar era insuperable, era obsesiva y quizá por eso no le duraban los novios, de todos modos no le hacía falta, con sus amigos de mármol era suficiente. Y esa idea de la sonrisa que les daría vida a las estatuas estuvo rondando en su mente todo el día.  Ya casi cerrando la tarde, en la última consulta, se anuncio un hombre joven, tenía quizá unos 24 años, ella le pidió que siguiera. Cuando este hombre abre la puerta se dirige a ella mientras esta le es algo indiferente. Lo fue hasta que vio su sonrisa, ella no lo podía creer, en tantos años de trabajar en el negocio de las dentaduras y de las esculturas jamás había visto una sonrisa tan perfecta ni una cara tan impecable, podría decirse que estaba tallada, pero era mucho más real que esos adefesios que tenía en su casa.
Mantuvo la compostura, y le pidió a este hombre que se recostara en la camilla, mientras pensaba podría querer este tipo con esa sonrisa tan perfecta, esos dientes tan blancos, alineados y brillantes. Esta era la sonrisa que quería para sus amigos de mármol. Era un examen de rutina, él solo quería saber que todo estaba en orden, que no había caries ni ningún otro problema. Cuando quiso levantarse de la camilla cayó profundamente dormido. Ella le había aplicado un sedante y luego de esto pasarían meses antes de que alguien supiera lo que esa noche sucedería.
Lo envolvió en una bolsa y lo metió a su carro, no llamaría la atención, bien podría ser una de sus estatuas. Ideas locas pasaban por su mente obsesiva de odontóloga perfeccionista, lo iba a usar como modelo y luego dejarlo por ahí, sabía que era un secuestro pero eso no importaba, era su sonrisa perfecta la motivación y la excusa para infringir la ley. Tan pronto como llegó a su casa empezó a trabajar en una de las estatuas, tallaba y tallaba observando a cada tanto a su paciente modelo. Cuando por fin terminó observo primero con gran satisfacción y luego con mucha decepción lo que había hecho. Seguía sin vida,  era igual que las demás estatuas. Observó de nuevo a su modelo, salió corriendo estrepitosamente de su taller y regreso con herramientas de odontología.
Uno a uno sacaba con sumo cuidado los dientes y las muelas de su modelo. El sedante era muy fuerte así que no se inmutaba mientras ella extraía meticulosamente las piezas de marfil de su boca. Cuando ya había acabado su labor, empezó a moldear en yeso un torso, luego formó la cabeza y empezó a implantar los dientes en este nuevo esperpento, muy cuidadosamente formaba la nueva sonrisa de este busto siniestro y cuando ya hubo terminado la contemplaba satisfecha, celebraba su nueva creación. La alegría se convirtió en angustia. Tenía que deshacerse del modelo. Andaba desesperada por todos lados intentando ver que se le ocurría. Un suicidio, si, un suicidio era perfecto. Iba a hacer que su modelo se suicidara, más bien iba a intentar que pareciese un suicidio. Colgarlo de un árbol bastaría.
Muy de madrugada partió hacia un pueblo lejano en su auto, allá finiquitaría su plan lo iba a colgar y ella regresaría a contemplar satisfecha y maravillada a su estatua con sonrisa perfecta. Esa sonrisa llena de vida que le había robado a aquel que luego crucificarían en el aire.

El Final.

El cadáver fue encontrado tiempo después. A ella la descubrieron bailando desnuda frente a la estatua de la sonrisa perfecta. Nunca fue consciente de que había cometido un crimen, para ella eso era una obra de arte como todos sus trabajos, perfecto y pulcro. Que como descendió al valle y colgó el cuerpo nadie lo sabrá ni mucho menos que lo mantenía en estado latente. Cuentan que mientras el forense retiraba las piezas dentales de la mole de yeso el cuerpo se iba descomponiendo poco a poco hasta que solo quedo una masa gelatinosa en la camilla. En ese pueblo siempre pasaron cosas raras.  

domingo, 28 de abril de 2013

El raponero

Este, era un delincuente de poca monta, raponero que llaman en las barriadas, de esos que uno no quisiera encontrarse en la noche, de esos que huelen a pegamento y marihuana y te dejan impregnada hasta la médula cuando con su aliento vicioso te piden monedas para comer, cuando en realidad esperan que le des la oportunidad para quitarte el celular o la billetera.
Pero este tenía algo en particular, algo que lo hacía diferente a sus compinches, era muy seguro de sí mismo y se ufanaba de siempre conseguir lo que deseaba, atracar a quien quisiera y jamás haber sido siquiera llevado a la estación de policía. Había robado a no menos de 2000 personas, él decía orgulloso. Tampoco le temía a la muerte y las cicatrices en sus brazos y cara eran evidencia de que tampoco “le temblaba” pelearse con quien fuera.
Y todo cambió, el día que vio a aquella chica bonita. Se enamoro perdidamente llegando  olvidar que era un ladronzuelo. Quedó paralizado cuando la tuvo frente a frente, ella sonreía y no le mostraba un ápice de miedo. Eso lo confundía más, estaba acostumbrado a que la gente le temiera y ese día le rompieron los esquemas. La dejó irse prometiéndose que la buscaría de nuevo y que no se dejaría amedrentar por su belleza. A la próxima la iba a robar pasara lo que pasara.
Eso pensaba, pero en realidad estaba enamorado y solo quería verla. Y pasó que todos los días la veía pasar y ella le sonreía, que por que una chica bonita y de la alta sociedad le sonreía a un pillo de su calaña escapaba a todo su razonamiento. Muchos días pasaron y la situación se repetía, él la veía y ella sonreía. Llegó a pensar que ella también estaba enamorada de él y que de ser así corregiría su vida, se saldría de esa mala vida que llevaba.
Ya cansado de ocultar su amor muy decidido esperó a que ella pasara por el callejón donde  siempre se la encontraba. La vio, la enfrentó, ella sonreía ciertamente de manera macabra pero él no lo notaba. Tartamudeando le dijo que la amaba y que estaba dispuesto a cambiar su vida con tal de estar con ella. La chica le tomo de la mano y lo llevo a su casa. Atravesaron el jardín y al cruzar la puerta él  se puso muy nervioso, algo malo pasaba. La puerta se cerró tras de ellos. Ella se acercó y empezó a besarlo. El miedo cambiaba a pasión, sus ropas caían. El fino vestido que ella traía y los sucios trapos que él llevaba puestos quien sabe cuántos días.
Aún así él sentía que algo iba muy mal y cuando ese pensamiento pasaba por su mente se desmayó y cayó pesado al piso. Lo último que alcanzó a ver fue a la chica desnuda sonriente sosteniendo una pequeña jeringa, la fina aguja brillaba pero no más que la siniestra sonrisa que la joven dibujaba.
Despertó en una camilla amarrado de pies y manos. La chica sostenía un cuchillo que empezó a deslizar por sus rodillas, él no sentía dolor, solo pudo ver como apartaba la extremidad de su cuerpo y se bañaba lujuriosamente en su sangre. Luego le cortó la otra pierna, luego las manos. Él no se podía mover, no sentía dolor, pero estaba muy desesperado. La chica procedió entonces a arrancarle los brazos y lamia el cuchillo rebosante de su sangre. Al final le cortó  el cuello y desprendió su cabeza de su tronco. Mientras él moría pensaba lo que dice la gente: El amor mata.