Este, era un delincuente de poca
monta, raponero que llaman en las barriadas, de esos que uno no quisiera
encontrarse en la noche, de esos que huelen a pegamento y marihuana y te dejan
impregnada hasta la médula cuando con su aliento vicioso te piden monedas para
comer, cuando en realidad esperan que le des la oportunidad para quitarte el
celular o la billetera.
Pero este tenía algo en
particular, algo que lo hacía diferente a sus compinches, era muy seguro de sí
mismo y se ufanaba de siempre conseguir lo que deseaba, atracar a quien
quisiera y jamás haber sido siquiera llevado a la estación de policía. Había
robado a no menos de 2000 personas, él decía orgulloso. Tampoco le temía a la
muerte y las cicatrices en sus brazos y cara eran evidencia de que tampoco “le
temblaba” pelearse con quien fuera.
Y todo cambió, el día que vio a
aquella chica bonita. Se enamoro perdidamente llegando olvidar que era un ladronzuelo. Quedó
paralizado cuando la tuvo frente a frente, ella sonreía y no le mostraba un
ápice de miedo. Eso lo confundía más, estaba acostumbrado a que la gente le
temiera y ese día le rompieron los esquemas. La dejó irse prometiéndose que la
buscaría de nuevo y que no se dejaría amedrentar por su belleza. A la próxima
la iba a robar pasara lo que pasara.
Eso pensaba, pero en realidad
estaba enamorado y solo quería verla. Y pasó que todos los días la veía pasar y
ella le sonreía, que por que una chica bonita y de la alta sociedad le sonreía
a un pillo de su calaña escapaba a todo su razonamiento. Muchos días pasaron y
la situación se repetía, él la veía y ella sonreía. Llegó a pensar que ella
también estaba enamorada de él y que de ser así corregiría su vida, se saldría
de esa mala vida que llevaba.
Ya cansado de ocultar su amor muy
decidido esperó a que ella pasara por el callejón donde siempre se la encontraba. La vio, la
enfrentó, ella sonreía ciertamente de manera macabra pero él no lo notaba.
Tartamudeando le dijo que la amaba y que estaba dispuesto a cambiar su vida con
tal de estar con ella. La chica le tomo de la mano y lo llevo a su casa. Atravesaron
el jardín y al cruzar la puerta él se
puso muy nervioso, algo malo pasaba. La puerta se cerró tras de ellos. Ella se
acercó y empezó a besarlo. El miedo cambiaba a pasión, sus ropas caían. El fino
vestido que ella traía y los sucios trapos que él llevaba puestos quien sabe cuántos
días.
Aún así él sentía que algo iba
muy mal y cuando ese pensamiento pasaba por su mente se desmayó y cayó pesado
al piso. Lo último que alcanzó a ver fue a la chica desnuda sonriente
sosteniendo una pequeña jeringa, la fina aguja brillaba pero no más que la
siniestra sonrisa que la joven dibujaba.
Despertó en una camilla amarrado
de pies y manos. La chica sostenía un cuchillo que empezó a deslizar por sus
rodillas, él no sentía dolor, solo pudo ver como apartaba la extremidad de su
cuerpo y se bañaba lujuriosamente en su sangre. Luego le cortó la otra pierna,
luego las manos. Él no se podía mover, no sentía dolor, pero estaba muy
desesperado. La chica procedió entonces a arrancarle los brazos y lamia el
cuchillo rebosante de su sangre. Al final le cortó el cuello y desprendió su cabeza de su tronco.
Mientras él moría pensaba lo que dice la gente: El amor mata.