El Cadáver.
Cuando
descubrimos el cadáver, nos sorprendió el hecho de que no presentaba el mas
mínimo signo de descomposición, ni un hedor producto del amoniaco emergía de
este cuerpo, que sabíamos llevaba poco más de dos meses colgando fríamente en
ese inexpugnable valle y que nos tomo varias horas alcanzar, inclusive usando
equipos profesionales de espeleología. Lo encontramos de espalda al sol, sus
brazos erguidos señalaban el norte y el sur, en línea con la cordillera de tal
manera que su rostro permanecía oculto en la leve penumbra. Una soga atada a su
cuello lo mantenía suspendido en el aire. Para alguien que lo encontrara en
primera instancia, desconocedor de las circunstancias, su primera idea es que
sería una horrible broma, de muy mal gusto, pues la piel de su desnudo torso se
conservaba prístina y juvenil, como si estuviera vivo.
El horror y la
verdadera sorpresa surgieron cuando nos dispusimos a bajar el cuerpo y vimos su
rostro. Su mirada expresaba el horror más profundo que cualquiera podría sentir,
el cuerpo estaba carente de cualquier señal de vida, pero sus ojos estaban
iluminados con ese brillo de vitalidad propio de los niños, pululantes de
vigor. Contemplaban algo distante, algo
que no estaba cerca de nosotros o que ni siquiera se encontraba en este plano
terrenal. No era vitalidad lo que había en sus ojos, era el brillo mismo del
infierno. Estaba acaso condenado en vida? Había vendido su alma al diablo este
desgraciado? Había sido parte de un horroroso ritual sacado de los viejos cuentos
de brujas de este pueblo perdido en las montañas?
“Crucificado
en el aire” fue el titular que los tabloides emplearon en sus primeras planas,
con muchas fotos en distintos ángulos, dibujos recreando la escena, entrevistas
hechas a estafadores de televisión y otros tantos magufos, obispos y pastores
escandalizados por que esta era según ellos una clara señal del fin del mundo,
del apocalipsis que venían soñando ridículamente durante dos mil años, mediums
que creían saber la verdad, entrevistas a policías que afirmaban que había sido
un suicidio. Pero como podía ser un
suicidio, si este pobre infeliz no estaba muerto, a mi juicio no estaba muerto,
yo esperaba encontrar un cuerpo cubierto en podredumbre, destrozado por las
aves, repleto de gusanos. Pero la gente de la región afirmaba que llevaba más
de dos meses y que realmente es difícil llegar a ese valle, se puede ver desde
el otro lado de la montaña esa pequeña explanada donde primero creyeron que era
un espantapájaros, uno muy raro que apareció de un día para otro.
Yo llevaba
laborando más de 20 años como forense, he perdido la cuenta de los cadáveres
que he examinado, que he recuperado de lugares inverosímiles, de asesinatos
enfermos, de horrorosos accidentes y nunca hasta ahora me había sentido tan
turbado en mis pensamientos, con el frio calado en mis huesos. Todo muy normal
hasta que vimos sus brillantes ojos. Esos ojos clavados en un cuerpo que estaba
oscilando entre un límite que yo no podría decir si era la vida o la muerte.
Estaba ahí oscilando como cuando lo encontramos colgado del cuello en ese
alejado valle. En todo caso debía proceder con la autopsia, algo me decía que
retrasara el procedimiento, cada que miraba al infeliz tendido en la camilla
sentía como si me estuviera observando, una súplica silenciosa para que no lo destajara vivo. Tal vez eran
impresiones mías. El electrocardiograma no mostraba actividad pero el cuerpo no
empezaba a descomponerse.
Lo mejor sería
empezar por exámenes básicos, nada que atentara contra la integridad del cuerpo,
cierto sentido de empatía por este me impedía empezar alguna incisión. Realizar
los cortes que normalmente se hacen en una necropsia. Un examen de rutina, no
sé porque le tomé el pulso si desde que lo había descolgado del árbol le había
tomado el pulso unas 50 veces en todo el día. Permanecía frio, un rigor mortis
indefinible. Pero, pero donde estaban sus dientes?? No había notado ese mórbido
detalle. Todas sus piezas dentales faltaban, dientes, premolares, molares todo
se había ido, habían sido arrancados con precisión, no quedaba un solo
fragmento de sus piezas dentales. Esto solo lo pudo hacer alguien con mucha
practica, alguien que sabe como extraer dientes, alguien que se tomo su tiempo.
Pero con qué fin? La identificación por registro con las pruebas de ADN y de
huellas dactilares. Pensé en que pudieron ser trofeos, piezas de colección para
el asesino.
Obra de arte.
Antes que la
odontología, de la cual ella era una “esplendida ejecutante“ como le gustaba
referirse a sus trabajos “dignos de obras de arte” le apasionaba la escultura,
tallar o moldear lo disfrutaba tanto como cuando restauraba una dentadura mal o
finalizaba el tratamiento de ortodoncia a alguna adolescente caprichosa. Tenía
en su casa una modesta colección de estatuas que había ido creando con el
tiempo, eran su orgullo pero siempre sentía que le faltaba algo, aún cuando era
una gran conocedora de la anatomía humana y que sus creaciones desbordaban de
verdadero realismo no la llenaban tanto como cuando le hacía los implantes
dentales a alguien que había perdido sus molares. Hacer una figura humana
anatómicamente perfecta no tenía gracia si esta estaba como muerta.
Contemplo en
silencio su última creación, una sonrisa muerta, dijo para sí misma, estas
cosas están muertas por que no están sonriendo! Muy bonitas y todo pero sin
sonrisa no hay vida! Un loco pensamiento corrió por su mente y presta tomo sus
herramientas y comenzó a tallar sonrisas en las caras de mármol de sus
compañeros. Luego de un par de horas de trabajo contemplo en silencio las
nuevas sonrisas de esos entes pálidos que rozaban el límite entre lo vivo y lo
muerto. No estaba contenta, para nada. Prefirió irse a dormir ya que le
esperaba un largo día en el consultorio, algo se le ocurriría para darles vida
a sus amigos.
Como buena
artista estaba medio loca, algo fuera de sus cabales. Eso si su fama de
perfeccionista a la hora de trabajar era insuperable, era obsesiva y quizá por
eso no le duraban los novios, de todos modos no le hacía falta, con sus amigos
de mármol era suficiente. Y esa idea de la sonrisa que les daría vida a las
estatuas estuvo rondando en su mente todo el día. Ya casi cerrando la tarde, en la última
consulta, se anuncio un hombre joven, tenía quizá unos 24 años, ella le pidió
que siguiera. Cuando este hombre abre la puerta se dirige a ella mientras esta
le es algo indiferente. Lo fue hasta que vio su sonrisa, ella no lo podía
creer, en tantos años de trabajar en el negocio de las dentaduras y de las
esculturas jamás había visto una sonrisa tan perfecta ni una cara tan
impecable, podría decirse que estaba tallada, pero era mucho más real que esos
adefesios que tenía en su casa.
Mantuvo la
compostura, y le pidió a este hombre que se recostara en la camilla, mientras
pensaba podría querer este tipo con esa sonrisa tan perfecta, esos dientes tan
blancos, alineados y brillantes. Esta era la sonrisa que quería para sus amigos
de mármol. Era un examen de rutina, él solo quería saber que todo estaba en
orden, que no había caries ni ningún otro problema. Cuando quiso levantarse de
la camilla cayó profundamente dormido. Ella le había aplicado un sedante y
luego de esto pasarían meses antes de que alguien supiera lo que esa noche
sucedería.
Lo envolvió en
una bolsa y lo metió a su carro, no llamaría la atención, bien podría ser una
de sus estatuas. Ideas locas pasaban por su mente obsesiva de odontóloga
perfeccionista, lo iba a usar como modelo y luego dejarlo por ahí, sabía que
era un secuestro pero eso no importaba, era su sonrisa perfecta la motivación y
la excusa para infringir la ley. Tan pronto como llegó a su casa empezó a
trabajar en una de las estatuas, tallaba y tallaba observando a cada tanto a su
paciente modelo. Cuando por fin terminó observo primero con gran satisfacción y
luego con mucha decepción lo que había hecho. Seguía sin vida, era igual que las demás estatuas. Observó de
nuevo a su modelo, salió corriendo estrepitosamente de su taller y regreso con
herramientas de odontología.
Uno a uno
sacaba con sumo cuidado los dientes y las muelas de su modelo. El sedante era
muy fuerte así que no se inmutaba mientras ella extraía meticulosamente las
piezas de marfil de su boca. Cuando ya había acabado su labor, empezó a moldear
en yeso un torso, luego formó la cabeza y empezó a implantar los dientes en
este nuevo esperpento, muy cuidadosamente formaba la nueva sonrisa de este
busto siniestro y cuando ya hubo terminado la contemplaba satisfecha, celebraba
su nueva creación. La alegría se convirtió en angustia. Tenía que deshacerse
del modelo. Andaba desesperada por todos lados intentando ver que se le
ocurría. Un suicidio, si, un suicidio era perfecto. Iba a hacer que su modelo
se suicidara, más bien iba a intentar que pareciese un suicidio. Colgarlo de un
árbol bastaría.
Muy de
madrugada partió hacia un pueblo lejano en su auto, allá finiquitaría su plan
lo iba a colgar y ella regresaría a contemplar satisfecha y maravillada a su
estatua con sonrisa perfecta. Esa sonrisa llena de vida que le había robado a
aquel que luego crucificarían en el aire.
El Final.
El cadáver fue
encontrado tiempo después. A ella la descubrieron bailando desnuda frente a la
estatua de la sonrisa perfecta. Nunca fue consciente de que había cometido un
crimen, para ella eso era una obra de arte como todos sus trabajos, perfecto y
pulcro. Que como descendió al valle y colgó el cuerpo nadie lo sabrá ni mucho
menos que lo mantenía en estado latente. Cuentan que mientras el forense
retiraba las piezas dentales de la mole de yeso el cuerpo se iba descomponiendo
poco a poco hasta que solo quedo una masa gelatinosa en la camilla. En ese
pueblo siempre pasaron cosas raras.