domingo, 1 de abril de 2012

La chica que aprendió a volar...

No es necesario extenderme en explicaciones y detalles que a la larga no tienen sentido. De todos modos ya todos conocen lo que sucedió y donde, así que sobra decir que fue en la terraza de la vieja casa abandonada donde aquella chica decidió que entendía el arte de volar y que de ahora en adelante se deslizaría tan campante por el cielo como las grandes águilas que habitaban el paramo donde vivió su juventud.

No nos detengamos a buscar un culpable. No fue nada macabro, ni mucho menos un acto de brujería como las viejas del pueblo dicen. Estas viejas, saben de tanto y a la vez no saben nada que cada que abren la boca para hablar del tema fluye veneno de sus comisuras. Ellas no saben nada, viejas que han perdido sus años viendo el mundo pasar y echando al trasto sus sueños.

Pero aquella chica no. Nunca dio un paso atrás persiguiendo sus sueños. Literalmente les dio alas, puesto que pretendió que el hecho de volar no requería más que la gran voluntad de lanzarse al vacio y extender sus brazos para luego perseguir en acrobáticos giros a las golondrinas que siempre miraba con mucha ilusión.

Y llegó el día. Su cumpleaños numero dieciséis exactamente. Tal y como todos los días de su vida dirigió su mirada al cielo pero este día tenía una expresión diferente. La recuerdo bien, muy sonriente y más resuelta que nunca, más loca que una cabra insistían las viejas del pueblo. Recuerdo que danzaba muy alegro por las calles mientras cantaba con una extraña melodía y repetía continuamente “¡ahora lo entiendo!”. No supe que quería decir, de lejos le pregunte: ¿Que entiendes? Ella me respondió a viva voz: Ya se como volar!!!!!

Y siguió en su loca marcha rumbo a la vieja casona. Curiosamente era el lugar más alto y si se miraba de lejos ese pequeño pueblo la casona sobresalía inclusive sobre la capilla. Notablemente era el lugar mas alto y su actual estado de abandono permitía su ingreso bien para aquellos enamorados que querían intimar o simplemente quienes no querían que los vieran bebiendo vino.

Pero hoy tenía un propósito diferente. Oscuro dirían muchos, lúgubre para otros tantos. Yo solo lo entendí aquel día en el que fui a dejar una flor en la tumba de la chica y vi una bella ave posada en la lapida. Me miro fijamente y supe que la chica había aprendido como volar.